viernes, 25 de mayo de 2007

¡Cuantos nos quiere María!



¡Cuánto nos quiere María!


Es cierto que la vida de cualquier persona es como una gran aventura, pero las de ciertas personas son mucho más interesantes que otras.

Sin lugar a dudas que la vida de don Bosco es una de esas que podríamos muy bien catalogar como “Gran Aventura”. Como ya pudimos escuchar durante los Buenos Días del mes de enero, Juanito fue desde el principio un niño pobre.

Para poder pagarse sus estudios tuvo que hacer prácticamente de todo: sas­tre, zapatero, camarero, peón, prestidigitador, ilusionista... Don Bosco tuvo un sueño a los nueve años y, en él, se le apareció un señor de aspecto muy respetable que, viendo su aturdimiento, le dijo: «Yo te daré una Ma­estra». Los años fueron pasando y Juanito pasó de ser un niño para convertirse en el joven Juan y, a los pocos años, en don Bosco.Tras ordenarse de sacerdote su situación económica no mejoró, siguió siendo pobre; y es que todo lo que tenía se lo daba a sus muchachos.

Su madre, Margarita, le ha enseñado muchas cosas. Pero de las cosas que más se le han quedado grabadas es la devoción a la Virgen, algo que don Bosco nunca olvi­dará. Tiene que afrontar dificultades muy gordas. Le persiguen e incluso hay quienes le toman por loco. Toda una vida de peripecias, de aven­turas y de dolor. Pero don Bosco sufría en silencio, rezaba a la Virgen para que Ella le diese la protección y el aliento que le negaban en la tie­rra. Y... ¡para qué contar...! Ella le visitaba en sueños y le daba consejos y consuelos de Madre. Charlaba con él de sus chicos del Oratorio, le conseguía limosnas ines­peradas, le barría las dificultades del camino haciendo milagros resonantes que llenaban a las gentes de admira­ción hacia don Bosco y de gratitud y entusiasmo por su Virgen.

A sus setenta años un don Bosco anciano y achacoso mi­raba para atrás y lloraba recordan­do lo que había sido el principio de su carrera. Había comenzando con nada en el bolsillo y, casi al final de su vida, los salesianos estaban ya no solo en Italia sino también en Francia, España e incluso en Argentina. ¿Cómo había sido posible todo eso? Y entre lá­gri­mas de gratitud, viendo que se había hecho realidad su sueño de los nueve años, decía : «La virgen lo ha hecho todo, la Virgen lo ha hecho todo». A veces lo encontra­ban absorto en sus pen­samientos y diciendo por lo bajo para sí mismo: -¡Cuánto nos quiere la Virgen! ¡Cuantas co­sas piensa hacer por medio de sus salesianos!

A punto de morir uno de los últimos consejos que repetía a cuantos se acercaban a él fue este: ”Propagad la devoción a María Auxiliadora y veréis lo que son mila­gros”.


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