Era una aldea
encantadora, de esas que están metidas en las montañas. En ella quedaban unos pocos habitantes que,
en general, se llevaban bien; quizás porque sólo se saludaban cuando se
cruzaban.
En la puerta de cada
casa, estaban escritas las habilidades que cada vecino tenía, y, a juzgar por
lo largas que eran las listas, la gente de aquel pueblo debía de valer mucho.
Los vecinos de aquel
pueblo debían de valer mucho, pero el pueblo estaba cada día más
estropeado. Las fachadas de las casas
estaban cada día peor a causa del tiempo, la lluvia, los fríos...
Un día se cayó el
poste de teléfonos y cuando pasaban los vecinos decían: Ya lo arreglarán los
otros, yo no soy el encargado. Poco
después los hielos rompieron las cañerías de la fuente de la plaza y los
vecinos decían: ¡Que lástima! ¿No habrá nadie que lo arregle? Y el agua inundó
la plaza y corría, calle abajo, inundándolo todo.
Poco a poco se fueron
rompiendo también las tejas y las casas se inundaron de goteras, porque en los
carteles de los vecinos no ponía la habilidad de arreglar tejados.
En las esquinas de
las calles crecían las zarzas, y no se podía pasar por algunas calles porque la
maleza había cerrado el paso y nadie la quitaba, ya que ninguno tenía esa
habilidad.
Las calles, las
casas, las cercas, las fuentes, todo estaba medio hundido. Hasta los carteles de las puertas de las
viviendas, con las cualidades de los vecinos, se habían destrozado.
Un día se encontraron
por casualidad, todos los vecinos en la plaza y comenzaron a comentar unos a
otros los destrozos que sufría cada uno: A mí se me ha hundido el tejado... a
mí no me llega la luz ... yo tengo una zarza en medio de la puerta y casi no
puedo salir...
Y así, uno tras otro
fueron narrando las desgracias de aquella aldea que había venido a la ruina por
el abandono.
Pasando mucho tiempo,
alguien sugirió la idea de asociarse para arreglar las casas. A todos les pareció bien la idea de asociarse
y comenzaron por quitar entre todos las zarzas y maleza de las calles, luego
siguieron las cercas y después los tejados y las casas hundidas. En la plaza, volvió a correr de nuevo la
fuente y pusieron en ella una inscripción: Agua, corre siempre transparente,
sin mancharte con nuestro abandono. Y
volvieron a levantar los carteles de cada casa, pero pusieron una sola
cualidad, en todos la misma: Ayudarás siempre a tus vecinos a construir cada
día un pueblo nuevo y unido.
Y el pueblo volvió a lucir entre las
montañas, y todos los caminantes que llegaban hasta aquel lugar encontraban la
aldea siempre nueva.-
Cuidemos nuestro entorno.....la naturaleza es vida y es la vida de tus hijos.
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