vi el nombre de la tienda: LA TIENDA DE LA VERDAD.
Así que allí vendían verdad.
La correctísima dependienta me preguntó
qué clase de verdad deseaba yo comprar:
verdad parcial o verdad plena.
Respondí que, por supuesto, verdad plena.
No quería fraudes, ni apologías, ni racionalizaciones.
Lo que deseaba era mi verdad desnuda, clara y absoluta.
La dependienta me condujo a otra sección
del establecimiento en la que se vendía
la verdad plena.
El vendedor que trabajaba en aquella sección
me miró compasivamente y me señaló la etiqueta
en la que figuraba el precio:
“El precio es muy elevado, Señor”, me dijo.
“¿Cuál es?”, le pregunté yo,
decidido a adquirir la verdad plena a cualquier precio.
“Si usted se la lleva”, me dijo, “el precio consiste
en no tener ya descanso durante el resto de su vida”.
Salí de la tienda entristecido.
Había pensado que podría adquirir la verdad plena
a bajo precio. Aún no estoy listo para la VERDAD.
De vez en cuando ansío la paz y el descanso.
Todavía necesito engañarme un poco a mí mismo
con mis justificaciones y mis racionalizaciones.
Sigo buscando aún el refugio de mis
creencias incontestables.
Agustin Romero (SDB)
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